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14/09/2006

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la determinación

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La determinación, el acto de la decisión, es el único en el que el ser humano se define a sí mismo y en el que encuentra el camino de la libertad.
Cuando el hombre o la mujer permiten que la familia y la sociedad le sostengan y que les imponga sus criterios, entonces necesitan contemporizar, agradar a todos para no perder los privilegios de su bienestar. No toman decisiones, sino que las someten al criterio de la autoridad, al consenso de la institución que les sostiene. De esta manera los poderosos crecen en el poder y los sumisos se hunden en el conformismo. Entonces, cuando llega el momento en el que este ser humano puede materializar sus anhelos genuinos en la realidad, se sumerge en la opresión, renuncia a su individualidad y se ve abocado a desear lo que no desea, a buscar lo que no anhela, a hacer lo que no quiere y a pensar lo que realmente no siente. Y a renunciar a lo que ama, amputando de esta forma la expresión más sublime y eficaz de su ser: El Amor.

La determinación es lo único que en verdad caracteriza al hombre lleno del Espíritu: habría de ser una condición indispensable para poder decir que una persona es cristiana según Cristo, y no según el concepto tergiversado que las religiones han elaborado para su propia conveniencia. Sin la determinación no puede haber verdadera entrega, ni verdadera renuncia a lo material y superfluo, ni a la esclavitud de las pasiones afectivas. Nada de lo que se predica desde las altas esferas de la autoridad religiosa se puede alcanzar fuera de la capacidad de determinación personal de cada ser humano.
Pero esta capacidad de tomar decisiones supone un peligro para los que gobiernan la espiritualidad del pueblo, porque, si cada cual se define como un ser independiente con potestad para elegir según su impulso genuino, entonces ya la autoridad pierde sus privilegios. Por eso los poderosos están más ocupados en someter a sus ovejas que en encaminarlas hacia la verdadera Libertad según la promesa: “La Verdad os hará libres.”

La determinación no excluye la obediencia, sino que es como un vector, que señala una dirección y ejerce una fuerza aunque no se mueva de su sitio. Cuando el punto de apoyo del vector es el Amor, siempre se mantendrá firme, y su influencia no decaerá porque estará alimentado por la Fuerza inagotable del cosmos: La presencia del Espíritu.
Cuando ha llegado el momento de materializar una determinación en la realidad, no existe oposición que pueda refrenarla. Porque todo lo que rodea al ser humano es viscoso, está impregnado del prejuicio y del relativismo, se fundamenta en tradiciones que no tienen verdadero contenido. Nada tiene la suficiente consistencia como para ejercer una fuerza eficaz que contrarreste el impulso de la determinación. Por eso, todo sucumbe ante la fuerza del verdadero Amor. La obediencia a las autoridades religiosas sólo tendría sentido si las instituciones se limitaran a la función administrativa, pero hablan del valor de la obediencia y realmente están inculcando el sometimiento.

El error sólo se puede concebir dentro de las estrategias, cuando se hacen cálculos para alcanzar mediante el intelecto lo que el espíritu no se atreve a decidir. Cuando los cálculos fueron insuficientes, las estrategias fallan. El error no es un concepto aplicable al caso de la determinación fundamentada en el Amor. Porque ningún impulso sincero del ser humano, que tenga su fundamento en la autenticidad de su interior, puede ser juzgado ni valorado según los criterios de este mundo.
El fracaso de la determinación desde el Amor es siempre la promesa de un éxito mucho más pleno. Nunca podrá ser extirpado y eliminado el impulso auténtico de un hombre o de una mujer: Cuando se consigue apagarlo, renace con mucha más fuerza allí donde los estrategas jamás hubieran podido sospechar.
Prejuicios familiares, sociales y religiosos: El ser humano pleno está por encima de todos ellos, y con una sola arma: La determinación.

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