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En los países ricos, los hombres viven revocándose en el fango de su propia satisfacción. Cuando los placeres lícitos ya no les llenan, buscan el placer en lo ilícito, y cuando se hastían de todos los placeres, caen en la depresión, y muchas veces en el suicidio. Buscan fuera de sí la razón de su existencia, dándole la espalda a la muerte. Se alían unos con otros por intereses, pero nadie confía en nadie, porque no existe consistencia en sus compromisos. Se mueren como animales, rebelándose, o resignándose a caer en su propio vacío interior. Lo más terrorífico imaginable.
En los países pobres, los hombres viven en la esperanza, la escasez aviva sus mentes, el vacío exterior les obliga a llenarse de sentimientos plenos. Sus compromisos son estables, sus palabras están llenas de contenido. Han aprendido el significado de la misericordia, viven en la solidaridad. Comparten lo que no tienen, se ayudan en lo que no pueden, y así crecen en el espíritu y un impulso incontenible les mueve a la lucha. Siempre de la mano de la muerte, la vida para ellos adquiere todo su sentido. No mueren compadeciéndose a sí mismos, sino pendientes de aquellos
que dejan abandonados.
Los países pobres tienen mucho que enseñar, a los países ricos les falta todo por aprender. Sin embargo, cuando los pobres salen en busca de soluciones para los suyos, son rechazados. Los imbéciles en el espíritu tratan a los sabios como basura. Levantan muros de protección y se reúnen en asambleas para contenerlos confinados en su pobreza. Piensan secretamente: “Ojalá que la muerte por el hambre y por la sed acabe pronto con todos ellos y así nos dejarán vivir en paz.” Pero, éstos que quieren paz, sólo saben competir y angustiarse, y oscilan entre la depresión y la euforia desencajada.
Por muy altas y robustas que sean las murallas levantadas por los hombres, nunca podrán soportar el empuje de la Justicia divina, Justicia impresa en el cosmos, en el universo entero. El impulso espiritual que procede de la pobreza es absolutamente incontenible: Hombres que no le tienen miedo a la muerte, ¿cómo luchar contra eso? En cambio, en los países ricos, no existe fuerza en el espíritu, sólo existen estratagemas racionales: Hierro que se oxida. Debilitados por las pasiones y por la ausencia de ideales en sus vidas, caerán bajo el poder de la Fuerza del Espíritu que sólo tienen los pobres.
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