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25/09/2006

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materialismo

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El moralismo religioso no es menos represivo que el materialismo.
El moralismo religioso inhibe impulsos naturales del ser sumiéndolo en un estado de continua frustración aprisionado por el miedo a una condena eterna. Pero aun así abre una puerta a la esperanza: El cumplimiento riguroso de unas determinadas leyes permite el acceso a un “cielo” de felicidad eterna.
El materialismo parece liberar al ser humano de muchos mitos y trabas morales, y le invita a vivir en una supuesta libertad. Sin embargo, el que vive atrapado en la visión materialista de la existencia, no tiene otro recurso de supervivencia que enfriar todos aquellos sentimientos que le hacen vulnerable al sufrimiento. Porque, desde la perspectiva materialista, el sufrimiento es un mal que no tiene ningún significado positivo, no tiene utilidad alguna, es pura destrucción.

El verdadero amor debe ser controlado para dejar paso a una visión utilitarista de la pareja, que siempre se degrada a la sola sexualidad física, la cual, a la postre, es insaciable. El sentimiento de culpa se libera disfrazándose de acusación a los demás. El sentimiento natural de misericordia y compasión se tiene como signo de inmadurez y de debilidad. El miedo a la muerte hace que el hombre materialista entre en una dinámica de continua actividad que le impida el encuentro consigo mismo.
El mundo muestra sus valores en la imagen de los héroes que fabrica. Los héroes del mundo, los que alcanzan todas las victorias enarbolando la bandera del éxito, siempre se presentan como seres fríos, capaces de controlar todos sus sentimientos. Y aún aquellos sentimientos que le podrían hacer vulnerables, siempre son satisfechos con las armas del autocontrol y la frialdad.

Estos hombres endurecidos, de corazón seco y sin escrúpulos, son los que fácilmente alcanzan los puestos de poder político, porque saben trepar sin que la conciencia les moleste. Cuando alcanzan el poder, se desata en ellos la frustración profunda a la que han sometido su propio ser y huyen de sí mismos volviéndose ambiciosos hasta el extremo de llegar a destruir incluso a aquellos que les empujaron a sobresalir.
El dios-razón es un tirano mucho más peligroso que los dioses de tantas formas de religiosidad. El culto al dios-razón exige el cumplimiento de unas leyes muy severas, donde los sentimientos más genuinos son motivo de vergüenza. Y ni siquiera existe otra promesa que la ausencia de sufrimiento en un paso efímero por un mundo sin lealtad y sin ternura. Esta promesa el dios-razón la incumple repetidamente, pero sus adoradores le son fieles porque ven en él “la verdad”.

La idea esencial del juicio divino no es ninguna patraña. En su propia obra, Dios dejó impreso el principio de la justicia. El hombre puede olvidar, las sociedades pueden olvidar, pero el cosmos no olvida nada de lo que ha sucedido en su interior, porque toda la realidad de un instante del cosmos es el estricto resultado de un proceso en el que cada detalle, por minúsculo que sea tiene influencia.
En cada acto del humano existe una responsabilidad, y nada que haya sido dañado dejará de ser resarcido. Se trata de un principio de justicia natural impresa en el propio cosmos. La imagen de un dios-juez que, según unos criterios expresados por las leyes de unos escritos revelados, hace justicia sentado en su trono, puede ser una imagen que ya no tenga ningún significado sugerente en el ámbito de muchas culturas de la actualidad, pero, en la esencia de lo que representa esta imagen, hay una gran verdad.

Todas las expresiones del ser tienen sentido, nada que brota del corazón de un hombre espiritualmente sano puede ser considerado desechable, ni puede ser reprimido sin causar daño a la totalidad del ser. Religiosos y materialistas, a veces caen en el mismo error: Pretender fabricar al ser humano desde unos criterios preconcebidos en lugar de dejarle ser y encaminarlo aunando todos sus impulsos en la única dirección de un ideal verdadero: El Amor. El juicio cósmico es el juicio del rigor, pero el Juicio divino trascendido es el Juicio del Amor. El que vive en lo material, ya sea el que tenga creencias religiosas o el que viva según ideologías materialistas, habrá de enfrentarse al juicio del rigor, pero el que se sumerge en el Torrente del Agua de la Vida, el Cristo, ése trasciende del juicio del rigor al Juicio del Amor. El juicio del rigor se aplica a la materia dueña del espíritu, el del Amor, al Espíritu dueño de la materia.

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