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Una gota minúscula de amor sincero que caiga en el corazón de un hombre puede llegar a desplazar todos sus grandes amores hasta invadir íntegramente su ser y cambiarle la vida. El amor caprichoso es como la lluvia que
cae: la hierba florece rápidamente, los campos se cubren de verde, pero luego llega el invierno y todo se seca. Mientras hubo agua hubo color, cuando llegó la sequía el campo sólo mostraba muerte. Pero la semilla de un árbol robusto no germina en seguida, sino que espera, aparentemente muerta, hasta que el tiempo de romper le llegue, y entonces de ella comienza a brotar un tronco que es capaz de permanecer erguido en todas las estaciones del año.
Es mucho más importante la autenticidad de la semilla que el colorido del campo. Lo que aspira a permanecer es capaz de soportar la oscuridad hasta que llegue su tiempo, pero aquello que pone más interés en deslumbrar con su colorido que en dar un fruto permanente, eso pierde su impulso desde que aparecen los obstáculos, no es capaz de sobrevivir a las carencias, olvida lo que está distante, desprecia lo débil y sólo se preocupa por el fruto inmediato de sus aspiraciones.
La autenticidad sólo puede ser probada de una única manera: Su capacidad para sobrevivir a todas las experiencias de carestía, soledad y oscuridad.
Un poco de levadura hace levantar toda la masa y un pellizco de sal puede sazonar todo el guisado. La sal no se ve cuando se disuelve en el guisado, pero lo transforma por completo en su sabor. No tiene colorido ni hace ostentación de su presencia, por eso, porque todo lo hace sin hacerse notar ni compite con los demás ingredientes del cocido, alcanza hasta los últimos rincones y nada puede impedírselo. No hace falta extender los brazos hasta abarcarlo todo: al igual que una gota de amor sincero cambia a un hombre, basta simplemente llegar a ser una brizna de sal verdadera para que el mundo entero cambie, aunque la gente no sea capaz de comprender el origen de este cambio.
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