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Construir dentro de los muros de la ciudad del pensamiento es levantar otra torre de Babel. Los malentendidos se elaboran con materiales prefabricados, y las contradicciones son menos subsanables cuanto más alto sea el lugar de la torre donde los hombres discutan. Desarrollando conceptos y sentando bases ideológicas cada vez se está más lejos del conocimiento excelso y más cerca de los recursos manidos, de los comodines ideológicos que apagan el anhelo de una nueva búsqueda desde la nada.
Fuera de los muros de la ciudad del pensamiento no existe ningún lugar a donde asirse y el ser humano aprende a caminar solo. Aviva su mente y busca dentro de sí mismo la solución original e idónea para cada circunstancia. Fuera de los muros de la ciudad todo es nuevo, nada se repite, nada es previsible, y, por lo tanto, el ser humano no acumula consignas en su mente sino que se habitúa a confiar en su propia capacidad para descubrir, para encontrar una llave nueva para cada nuevo cerrojo.
El verdadero Dios-Amor no puede tener morada dentro de la ciudad del pensamiento. He aquí que los pensadores profesionales, o bien construyen a un dios-idea, o bien lo niegan, pero nunca lo descubren. Fuera de los muros de la ciudad Dios habla, porque las voces de las ideas prefabricadas han callado, y allí el ser humano descubre la compañía de una sabiduría que brota espontáneamente y que le acerca a todas las cosas. Fuera de los muros de la ciudad, el Amor es puro, manantial directo del Origen.
Cuando no hay escudo para defenderse, están las manos, y cuando las manos fallan, entonces está la astucia. No la astucia de la estrategia, sino la astucia del conocimiento directo que desnuda las cosas de la apariencia que las viste de fiereza e invulnerabilidad y muestra el núcleo frágil, origen de todo impulso de ataque. La fiereza es la máscara del terror, y la invulnerabilidad es la armadura de la fragilidad. El que camina sin máscara y sin armadura ahuyenta todos los peligros con su mera presencia.
El pensamiento es como una armadura gruesa, robusta, que no deja ningún punto abierto a la fragilidad: La misma armadura que protege es la que impide caminar, ver y comprender. Los estudiosos de Dios avanzan en su saber subiendo pisos de la torre de Babel. Cuando llegan a la azotea sus palabras ya no sirven sino para la confusión y el desorden. Desde abajo se habla del verdadero Dios, pero los de la altura no quieren escuchar. Y hacen mal, porque abajo está lo más frágil de la torre: sus cimientos.
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