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Todo es nuevo bajo el sol cuando el Espíritu hace acto de presencia. Los hombres en el mundo buscan la novedad utilizando nuevas palabras, nuevos conceptos, pero el Espíritu no los necesita. En el mundo los seres humanos viven sometidos al tiempo. A veces luchan para que transcurra más rápidamente cuando les invade la premura, a veces luchan para que transcurra más lentamente cuando observan que la vida se les va y que les quita todas las riquezas materiales que habían atesorado. Pero aquél que no se deja arrastrar ni por la premura ni por el miedo a la muerte, ése es aliado del tiempo y vive en la única realidad incuestionable: El ‘ahora’, que siempre fue, es y será.
Las ilusiones no se esfuman para empobrecer al hombre, sino para dejar sitio a otras ilusiones más sublimes. Los obstáculos no se interponen en el Camino para impedir el avance, sino que sirven de escaño para elevarse por encima de una realidad que ya dio de sí todo lo que podía dar. Los seres humanos hundidos en el mundo viven en la anacronía: Traen del pasado los tesoros que ya murieron, traen del futuro los tesoros que nunca llegarán, y así contruyen su fantasía. Como el maná del desierto, que no teme consumirse en la seguridad de que volverá a caer al siguiente día, el ‘ahora’ tiene su propia ilusión y su propio obstáculo, y todo es realidad incuestionable.
El sembrador deja su semilla y no se detiene a esperar a que germine, sino que sigue avanzando y sembrando. La semilla que cayó en tierra en el pasado dará su fruto en el futuro sin necesidad de que el hombre controle este proceso con su inteligencia. El que mira hacia atrás con desconsuelo o hacia delante con ansiedad, ése es esclavo del tiempo, pero el que camina en el ‘ahora’ es dueño del tiempo, y recoge los frutos en el trayecto, y los devuelve a la tierra generosamente para que vuelvan a germinar. Sólo el Amor, que sabe dar sin detenerse, que sabe recoger sin atesorar, sólo el Amor puede conducir al hombre a la excelsa Libertad que los esclavos del tiempo llaman “utopía”.
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