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Más sola se siente una persona en un gran salón que en una habitación pequeña, porque el espacio da libertad y la libertad implica responsabilidad. Prefiere el hombre sentirse aprisionado y gritar pidiendo la liberación que sentirse liberado y verse luego obligado a tomar decisiones propias. Por eso los seres humanos se complacen en someterse a los jefes, y les ceden todo el poder para luego compadecerse de sí mismos ante la dificultad que tienen para entregarse a ideales verdaderamente elevados.
La imposibilidad de luchar por la verdad que hay impresa en el corazón es un invento del hombre que se niega a exponerse al fracaso, que prefiere ser compadecido por los impedimentos que le rodean antes que verse desnudo ante los demás afrontando la responsabilidad de su propia realidad interior. Las cárceles de piedra y cemento son mucho más frágiles que las cárceles que el ser humano fabrica en su interior para eludir responsabilidades y así no exponerse a la posibilidad del fracaso.
La muerte destructiva no es la de aquél que da su propia vida en una lucha comprometida, sino del que pierde la vida por no haber sido capaz de sobreponerse a los poderes que le aprisionan y haber buscado su identidad contra todo orden arbitrario establecido gratuitamente. El ser humano gustosamente le regala su libertad a los poderes familiares y sociales con tal de verse encerrado allí donde no tenga la obligación de afrontar la lucha por la realización de la verdad que grita en su interior.
Pequeños placeres que nunca sacian son los sustitutos de la renuncia a la propia identidad. Los ideales sublimes son reemplazados por otros, que no brotan del corazón sino que resultan de una elaboración premeditada, y que generan débiles compromisos que pueden ser rotos cuando la responsabilidad resulte oprimente. Y estos muertos en el espíritu son los que proclaman el amor a la vida y se jactan de libertad, recreándose en sus fantasías y negándose obstinadamente a ver la realidad incuestionable.
Las iglesias sirven de escondrijo para los irresponsables, permiten que el ser humano entregue su propia identidad y a cambio le obsequian con la posibilidad de no tener que pensar ni buscar, ni dudar ni discernir, ni construir ni denunciar; encerrado en una cárcel de creencias y de poderes infalibles. De esta manera, aquellos que no quieren callar la voz interior que grita animando a la lucha por la Justicia y por la Dignidad del ser humano se alejan de todo lo religioso y lo relacionado con ese dios de muertos.
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