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Jesús de Nazaret tenía un mensaje que transmitir que estaba muy por encima de la realidad espiritual en la que dio el testimonio de la Verdad, un mensaje cuyo alcance no se reducía a los límites de su pueblo sino que trascendía a la humanidad entera. Pero Jesús de Nazaret asumió los principios religiosos judíos, y se sirvió de ellos para predicar. Venía a cumplir una promesa, no nació en Israel por casualidad ni por capricho divino. Al ver la falta de fe de los suyos, no renegó de ellos, y, cuando fue a cumplir su destino, no fue a padecer y morir ni a Roma ni a Grecia, sino a Jerusalem.
Todo espíritu necesita de un cuerpo para poder expresarse plenamente. Las Verdades eternas formuladas en abstracto tienen muy poco valor, son realidades espirituales sin conexión a tierra, son más afines a la fantasía y al arte que al verdadero proyecto divino de salvación. Por eso, intentar iluminar el mensaje cristiano lejos de la realidad de las iglesias cristianas, eso es filosofar, no es dar testimonio, es como un Jesús de Nazaret que, viendo la falta de fe del pueblo judío, prueba suerte en otras regiones con el objeto de encontrar apóstoles más fieles y eficaces. Ese Jesús no hubiese sido fiable.
Iluminados que han creído comprender mejor que nadie el mensaje cristiano, viendo los errores de las iglesias establecidas, han abordado la empresa de fundar nuevas iglesias rompiendo con
toda la realidad viva y remontándose a un pretencioso partir de cero. Lo único que han conseguido ha sido desparramar e ir contra el Cristo que han predicado. Un espíritu sin un cuerpo real no puede subsistir si no es utilizando los recursos financieros que utiliza el mundo. Proyectos sublimes quedan reducidos a grupos sectarios exclusivamente interesados en el dinero que les garantice la supervivencia.
Hay que mirar al horizonte para no perder el rumbo y hay que mirar al camino para saber dónde se pone el pie. Hay que anunciar una vez más el Reino del Amor y hay que mirar la realidad viva de las iglesias cristianas, para apoyar y para denunciar. Y no en un tiempo cualquiera ni según los intereses personales del testigo de Dios, sino en el tiempo de Dios, y en el pueblo que espera, con todos los errores imaginables, pero que espera que se cumpla la promesa de Cristo. Creerse más maduro por ser capaz de prescindir de las iglesias, eso propio de intelectuales, no de verdaderos testigos.
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