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09/11/2006

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Ley

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La Ley divina es sólo una, como uno solo es Dios. La unidad de la Ley divina emana de la propia unidad de Dios. Por eso la verdadera Ley no se puede enunciar con palabras humanas, porque para enunciar la Ley primero habría que conocer a Dios mismo. Puesto que no es posible aprehender la Ley por sí misma, entonces se hace necesario acercarse a ella a través de los diferentes aspectos en los que esa Ley se expresa en la humanidad. Dentro de esa expresión diversificada, los preceptos más pequeños son tan importantes como los grandes, siempre que tengan el mismo Origen.

Tanto más severa y rigurosa sea la ley, tanto mayor será la misericordia. Por lo mismo, cuando la ley se suaviza, la misericordia decae. No se puede hablar de misericordia para con aquellos que pretenden ensanchar el Camino hacia el Reino quitándole importancia a los pequeños preceptos que sean sin embargo expresión de la Ley divina. Sólo en su estrechez, la puerta estrecha puede conducir a la plenitud, desde que se ensancha para facilitar el acceso ya no conduce ninguna parte. Es la misericordia divina y no la amplitud de la puerta lo que hace posible el acceso al Reino.

Jesucristo habló con severidad: No basta con no hacer daño, es necesario no desear ese daño, no sentir ni tan siquiera la necesidad de hacerlo. Y aún más: hacer el bien al que quiere dañar, y es aquí donde el ser humano abandona el mundo y se pone del lado de Dios. Pero el mismo Jesucristo severo fue el que escandalizó a los legalistas de su pueblo infringiendo leyes que ellos consideraban sagradas. Hay que cuidar de que la estrechez de la puerta sea auténtica, pero también hay que limpiar de clavos oxidados su marco. Ninguna Ley que no esté esencialmente vinculada al Amor viene de Dios.

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09/11/2006

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