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Dentro de la ciudad todas las calles están bien definidas, las casas numeradas, y el que quiera ir de un lugar a otro sabe qué caminos puede tomar. Fuera de la ciudad los caminos se van desdibujando, y, cuando ya se ha dejado la ciudad muy lejos, no hay caminos que seguir. Pero dentro de la ciudad no está el verdadero Santuario, ni cerca de ella, sino que está en ese territorio donde no es posible dar un paso sin encontrar un peligro, lugares donde es posible tomar cien rumbos distintos, y lugares donde no existe ninguna posibilidad de avance. ¿Dónde encontrar el verdadero Santuario? La imagen interior e inexpresable del peregrino es la única guía para encontrarlo.
Buscar el Santuario dentro de la ciudad sólo porque allí no hay peligros ni hay temor a perderse, es dar vueltas y vueltas sin ningún resultado. Por eso los ciudadanos han decidido construir un santuario dentro de los muros de la ciudad. Entonces ya no hay peregrinos que salgan a buscar fuera de las calles rectilíneas y las casas numeradas, ni que se enfrenten a peligros ni que se pierdan en una montaña, que hayan de abandonar por el camino su alforja, ni que pasen hambre ni frío. Al santuario fabricado en la ciudad llegan los fieles sin peligros, sin cansancio y bien alimentados. Pero algunos no quedan satisfechos, y a pesar de todo salen y buscan fuera de las murallas.
El santuario de la ciudad se llena de puestos de venta y los encargados de cuidarlo se enriquecen con los donativos de los fieles. Muchos salen y entran pensando que, dentro de los muros de la ciudad, está todo lo que pueden necesitar, incluso el santuario. Entonces la ciudad es rodeada por el ejército del enemigo, pero los ciudadanos no están preparados, porque nunca han salido fuera, no saben de montañas, de soledad, de hambre ni de frío. El enemigo entra y derriba el falso santuario, y a los ciudadanos los somete como esclavos. Sólo los peregrinos que optaron por buscar fuera de la ciudad, sólo ellos quedarán a salvo y alcanzarán el verdadero Santuario.
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