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El hombre lleno del Espíritu de Dios no se encierra a meditar, ni busca ningún éxtasis espiritual en solitario. El hombre lleno del Espíritu de Dios inmediatamente se levanta y se dispone para una lucha. Pero el Espíritu divino no impulsa a la lucha del hombre contra el hombre, eso sería la usurpación del Juicio divino, sino que impulsa a la lucha contra las fuerzas espirituales que someten a los seres humanos. Porque cada ser humano, visto individualmente, es digno de toda compasión y misericordia, pero las fuerzas espirituales que tiranizan a los hombres y les roban su identidad y su vida no tienen conciencia y por lo tanto no merecen misericordia alguna.
La conciencia no es el resultado de la ponderación de opuestos, sino que es la manifestación primera de la presencia del Amor. La regulación fría de la moral mediante la casuística pertenece al mundo y es el resultado de la ausencia del Amor en el interior del ser humano. La casuística es racional, pero la conciencia es espiritual y habla cuando la frialdad de la razón se derrite en el Amor, que es Origen de toda la vida y de toda razón de ser. La conciencia es el retorno al Origen, es la recuperación del candor, es el conocimiento inconsciente de la verdadera Ley eterna, que no se puede plasmar racionalmente porque es infinitamente superior a cualquier juicio racional.
El hombre lleno del Espíritu de Dios no está sometido a ningún juicio, no existe juez espiritual que pueda condenarle. Porque el Espíritu divino saca al ser humano por encima de sí mismo y lo proyecta allí donde se libra la verdadera batalla espiritual. El hombre lleno del Espíritu ha separado la realidad espiritual de la material, no lucha contra hombres ni juzga a seres humanos, sino que mira a los ojos al verdadero enemigo, al Tirano, del que todos hablan y al que nadie ve. El que no ve al Tirano juzga a su prójimo, pero el que lo ve ya está a salvo de él, y por eso asume la responsabilidad de descubrirlo a los ojos de los demás. Porque nadie es lúcido si no es para iluminar.
El Tirano habla con palabras amables, llenas de poesía. Embelesa a los hombres y les promete la plena satisfacción de todos sus deseos. Les hace sentir fuertes e importantes, les concede protagonismo hablándoles de Dios. Les levanta con mimo por encima de los demás para dejarlos caer luego con desprecio e irritación. El que lo ve lo conoce, y el que lo conoce no se deja seducir por él. Pero el que no lo ve ni lo conoce se deja embelesar por sus amables palabras, y lo sigue, creyendo que así está prestando servicio a una causa eterna. Por eso cierran sus oídos y siguen al Tirano que, disfrazado de belleza, consigue guerreros contra Dios en el propio Nombre de Dios.
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