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25/11/2006

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lucha

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Cada vez que una semilla germina abre un camino nuevo; de nada le vale el que millones de semillas se hayan abierto camino anteriormente. Desde su necesidad de vivir, de expresarse, de asomar al exterior, cada semilla debe abrirse paso sin otra ayuda que su impulso vital. Si no lo consiguiera, moriría. Es una lucha sin alternativas. Por eso el universo se expande de manera natural, y todas las cosas se desarrollan en el candor: Porque la lucha no tiene ningún soporte que permita una renuncia ante la dificultad. Es una lucha de vida o muerte en la que, por lo tanto, el fruto ha sido purificado.

Pero cuando el ser humano no lucha en la entrega de todo su ser, sino que tiene preparado el camino de la retirada, entonces aparece la artificialidad y, desde su seguridad oculta, planea estrategias elaboradas con la razón para lograr aquello de lo que en realidad podría prescindir. Éste es el principio del engaño, y no sólo se trata del fraude que un ser humano hace a otro, sino del fraude que el ser humano se hace a sí mismo. La tibieza de una lucha sin verdadero compromiso conduce al conflicto, al choque de egoísmos que se oponen, y aparece la falsa dignidad, que es la soberbia.

Luchar sin comprometer la propia vida es como intentar cruzar un mar a nado pero sin mojarse. La fe no es simplemente la convicción de un logro. La única fe verdadera es la que impulsa al hombre a renunciar a todos los soportes fabricados por la duda y la cobardía, y a lanzarse al vacío desde la autenticidad de la verdad que ha germinado en su interior. Entonces, ya no es la fe, como convicción, la que alcanza el objetivo, sino que es la renuncia a cualquier retirada y la unidad vital de todo el ser la que lo logra. Porque cuando la lucha es de vida o muerte, todo el ser se purifica.

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