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Cada soldado tiene su guerra, y cada guerra su traición. El que pretende luchar desde su casa mientras el invasor cruza la frontera, ése lo pierde todo. Y cuando los soldados del mismo bando luchan entre sí, es que ha habido una traición. Por eso, el soldado que camina por la campiña no acepta guerrear contra el campesino.
Los títeres se mofan invitando a la lucha. Cuando uno de ellos es destruido, aparecen dos. Destruidos los dos, aparecen cuatro. El que lucha contra títeres es el que se queda en su casa. El que mira al titiritero, ése es el que va a cuidar la frontera. Si un soldado acepta luchar contra sus compatriotas se convierte en un títere más.
Las estrategias en la guerra son tan viejas como el ser humano. Los títeres hacen feas muecas y agitan sus manos sucias, pero el titiritero sonríe y tiene las manos inmaculadas. La mejor manera de convertir a un soldado en títere es convencerle de que tiene las manos sucias y de que en su cara se dibujan feas muecas.
Los corderos son mansos y las serpientes prudentes. El soldado manso como el cordero gana la guerra sin luchar, y el soldado prudente como la serpiente atraviesa de parte a parte el ejército enemigo y llega hasta sus cabecillas. Entonces al titiritero se le dibuja en el rostro una mueca fea y se le ensucian las manos.
Lo que a un ser humano en verdad le pertenece nadie se lo puede arrebatar para siempre, a no ser que le declare la guerra al ladrón. Tanto si gana la guerra como si la pierde, ése volverá a su casa con las manos sucias y vacías. Porque los ladrones son como los títeres, siempre se multiplican cuando se les destruye.
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