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Ni todas las que están escritas en los evangelios son palabras de Jesús de Nazaret, ni todas las que son de él están escritas en ninguna parte. Sus palabras hay que escucharlas según el testamento que él mismo nos dejó: El Espíritu de la Verdad. Esas palabras son como un cuenco vacío, en el que caben todas las ideas que parten del corazón y no de las elucubraciones racionales.
Los hechos de los apóstoles es más un libro de relatos apabullantes que de verdadera profundidad espiritual. Sin embargo, para el que tenga los oídos bien abiertos, en ese libro está la esencia del comunismo. Si Marx, Engels y otros ideólogos de la misma línea hubiesen dejado reposar sus ideas en el cuenco vacío del Cristo, entonces la Unión Soviética no se hubiese desplomado.
No existen ideas desechables cuando parten de la convicción interior, como no es desechable la idea comunista que pretende erradicar la diferencia de clases, social y económica. Lo malo es cuando las ideas que los hombres ponen en ese cuenco pretenden ser las únicas verdaderas: Eso es llenar el cuenco vacío, no con agua, sino con más barro. Así lo hacen inservible.
Cuando la alta clase religiosa deposita sus ideas en el cuenco y luego, haciendo uso de su poder, las solidifica instaurando dogmas, llena el vacío, lleva el Espíritu a la materia, e inutiliza el mensaje del Cristo reduciéndolo a una ideología más, con sus aspectos positivos y negativos, pero perecedera, como todas las ideologías construidas por los hombres. Eso es llenar el cuenco de barro con más barro.
Ese Cuenco sagrado hay que vaciarlo, porque la espiritualidad cristiana es de una amplitud y una profundidad ilimitadas, pero se ha convertido en una lista de normas y ritos absolutamente desvinculada de la realidad espiritual actual. Por eso la gente inquieta busca en oriente lo que no encuentra en sus líderes religiosos. Por eso las sectas proliferan. Por eso muchas iglesias han de caer.
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