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Expresar la Verdad es lo mismo que no decir absolutamente nada. Las medidas son del mundo pero los valores pertenecen al espíritu. Un cuadrilátero que tenga un lado más grande que otro, ya deja de ser un cuadrilátero, pero los valores pueden ser representados de mil maneras sin dejar de ser estrictamente los mismos. El sabio utiliza las palabras para enlazar un conjunto de símbolos;
luego, los que le escuchan, llenan estos símbolos con su propio contenido. Las ideas son de los que escuchan, no del sabio. Las palabras del sabio son como cuencos vacíos, las ideas son como el líquido que llena esos cuencos: Palabras que no sirven para hacerse sitio, sino para recoger.
La rebelión contra la Verdad es la rebelión contra las propias ideas. Sin que el sabio llegue a decir nada concreto, de los que le escuchan, unos se embelesan y otros le desprecian. Ellos creen que lo que les embelesa o les repele son las ideas del sabio, pero se engañan, lo que les extasía o desprecian son sus propias ideas. Las palabras de los hombres son duras, compactas, sirven para imponer ideas, y por eso se asfixian y el tiempo las deshace. Las palabras del sabio se definen por el vacío que dejan en su interior, por eso no mueren, porque aunque las ideas cambien, siempre van a necesitar un hueco donde vivir, así como el líquido necesita un cuenco para no desparramarse.
Llenar el vacío de un cuenco de barro con más barro por considerar que sería más perfecto si fuera compacto, eso es obra de aquellos que han confundido la Verdad del espíritu con las verdades de la razón. Estudiosos de las verdades eternas llenan el vacío del cuenco y lo hacen inútil, quieren afirmar las palabras del sabio a través del tiempo y las convierten en perecederas. Cuando la sociedad y sus ideas cambian, ya el cuenco no sirve, no hay hueco en su interior. El Cristo es ese hueco en el que caben todos los tiempos, en el que todas las ideas posibles encuentran el reposo que les permite purificarse, como el líquido se decanta cuando descansa en el hueco de un cuenco.
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