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22/06/2006

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la divinidad

texto 1

La gente vulgar, cuando se les muestra la identidad entre lo elevado y lo prosaico, estalla a risotadas porque piensa que ha sido destronado un mito de integridad. Sin embargo, para el sabio, esta misma identidad significa la sublimación de las cosas pequeñas, representa la presencia de lo eterno en cada uno de los seres del universo.
En el cosmos todas las cosas están relacionadas. Y no por compartir un espacio, pues esto sería más bien la consecuencia de la relación, sino porque todas las cosas comparten un mismo Origen y subsisten dentro de unas mismas leyes. Por eso se pueden reconocer unas a otras. Lo excelso y lo prosaico no se diferencian por el hecho de estar regidos por principios opuestos: Los principios son únicos. Lo excelso y lo prosaico se diferencian por la armonía y el equilibrio con el que estos principios se manifiestan. Cada cual lleva la observación de esta realidad a la altura en la que se encuentra: El que es vulgar, rebaja lo excelso hasta la altura de su vulgaridad, y el sabio en cambio aprende a comprender lo elevado en la observación de lo sencillo.

La gente vulgar necesita situar la divinidad en un lugar inaccesible, fuera por completo del alcance de su observación directa, de lo contrario no tardarían mucho en destronarla y pisotearla rebajándola hasta la altura de la vulgaridad en la que ellos se encuentran.
El sabio no cree en esa imagen de la divinidad inaccesible, porque él es capaz de observar lo excelso en las cosas insignificantes. El tesoro de la sabiduría se le concede sólo a aquél que es capaz de utilizarlo para bien, pero al hombre vulgar se le niega.
Por eso cuando la gente vulgar y el sabio hablan de la divinidad, nunca se ponen de acuerdo. El vulgo le sitúa lejos a Dios, le imagina severo y distante. El sabio le sitúa cerca, percibe su presencia con la misma claridad con las que percibe las cosas materiales, y es capaz de entender a Jesucristo cuando dijo: “El Padre y yo somos uno.”
En las iglesias se muestra más el dios del vulgo que el Dios del sabio. Para ellos, glorificar a Dios es empujarlo hacia su cielo, desvincularlo del ser humano para poder luego adorarlo. Esto les complace y lo entienden como un signo de humildad.

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