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La Solidaridad cristiana no tiene su fundamento en una lucha por establecer la justicia social revisando leyes y proponiendo formas de gobierno alternativas. Un cristiano comprometido debe luchar por la justicia social, pero el mensaje cristiano no se detiene en la creación de una sociedad sin injusticias.
Jesús tuvo muchas oportunidades de conjugar su mensaje con las injusticias del imperio romano, verdadero intruso en un pueblo que no había suscitado ninguna contienda contra él. Pero Jesús nunca habló de ello. Al contrario: “Dad al César lo que es del César...”
Todas las empresas humanas, incluyendo las sociedades, obedecen a unas mismas leyes. La ilusión de todo inicio es una fuerza poderosa que atrae a los hombres en el entusiasmo y produce una época de bonanza. Tras la bonanza llega la plenitud, que siempre es excluyente: Se es pleno cuando se ha conseguido el perfecto equilibrio interior y la desconexión con todo lo exterior que pudiera suponer inestabilidad. Pero esto no puede durar, nada puede excluir a otra cosa definitivamente, y tanto más la excluya, con más fuerza habrá de tropezarse con ella. Por eso después de la plenitud llega la decadencia, la corrupción y el derrumbamiento.
El Reino de los Cielos no está sometido a estas leyes, porque su plenitud no es excluyente. En la recapitulación de todas las cosas en Cristo no ha de quedar nada atrás, todo será llevado al examen de la unidad.
El Reino de los Cielos no es de este mundo. El concepto de Solidaridad cristiana trasciende mucho más lejos que el hecho de la justicia social. Cristo no cambia la sociedad desde las leyes, la cambia desde el corazón del hombre.
En todas las grandes profecías se habla del conocimiento de Dios sobre la tierra. Sólo entonces el niño podrá meter la mano en la guarida del áspid, y el león y el buey pacerán juntos.
La Solidaridad cristiana es un hecho espiritual que necesita de la lucha real en la sociedad injusta, pero que necesita incluso más del testimonio de Amor en la Unidad de todos los cristianos, así como del testimonio real de pobreza. No la pobreza de una celda en medio de un palacio, sino de una celda en medio del fango donde los hombres luchan por no morir de hambre y de sed.
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