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No hay sufrimiento que no tenga un sentido, ni existe la muerte si no es para dar paso a un nuevo ser.
Para aquél que vive aferrado a lo material y protegido por sus propias armas, para ése el sufrimiento es una pérdida absurda, es la fatalidad de un destino regido por el azar. Lo que muere, se pierde para siempre: El sufrimiento mata al hombre restándole vida inútilmente.
Pero efectivamente no hay sufrimiento que no tenga un sentido, porque la razón del hombre no puede ser más grande que la razón de lo que le contiene. Las cosas no dejan de tener sentido sólo por el hecho de que el ser humano se obstine en negárselo.
«En el momento oportuno te atendí, al día de la salvación, te socorrí.» No antes, para que el hombre no debilitara su lucha, ni después, para que no resultara derrotado, sino en el momento oportuno.
Al igual que el maná del desierto que nunca llegaba anticipadamente, como tampoco dejaba de llegar.
La fe que no es puesta a prueba en cada instante, esa fe es inútil. Es la fe que ha tomado el Agua de la Vida y ha llenado un aljibe: Ese agua ya no da vida. O ha tomado la Luz divina y la ha encerrado en un templo de piedra: Cuando regrese y lo abra lo encontrará a oscuras. O ha tomado la Palabra viva de Dios, la Palabra que se renueva cada día, y la ha encerrado en un libro. O ha tomado la presencia de Cristo en una comunidad y la ha encerrado en una caja.
El miedo destruye la fe y destruye también la sabiduría. El miedo hace que el hombre sólo confíe en los razonamientos, en los cálculos, y en el almacenamiento de recursos. El miedo obliga al materialista a negar toda forma de trascendencia, lo mismo que le obliga al hombre religioso tradicionalista a encerrar su mente dentro de unos dogmas y consignas. No son distintos el uno del otro, ambos están guiados por el mismo miedo.
El mismo miedo que obliga al religioso tradicionalista a encerrar a Cristo en una caja, para poseerlo en lugar de dejarse poseer por Él, es el que le obliga al materialista a adoptar una pose de paternalismo baboso para con el hombre de fe. Que no digan que son diferentes, porque ambos son esclavos del mismo temor.
El sabio sabe que en el momento oportuno Dios le atenderá, y que en el día de la salvación Él le socorrerá. Y no lo sabe porque haya sido capaz de descifrar a Dios, o porque lo haya leído en un libro, sino que lo sabe porque le conoce desde la profunda conciencia en el Espíritu de la Verdad.
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