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26/12/2006

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Paz

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La vida del espíritu es el Amor. El que se siente amado vive, pero el desprecio mata al hombre y le inutiliza. El mundo premia con amor y castiga con desprecio para dirigir las mentes y los corazones de los hombres. Por eso los seres humanos, en la búsqueda de la autoestima, renuncian a su realidad interior, a la afirmación de su ser, y se someten a las disciplinas externas, con el objeto de encontrar la aceptación, el amor de los demás, y así sentirse vivos. Esta renuncia a la propia realidad supone un conflicto que acaba por arrebatar la identidad del individuo y convertirle en un esclavo de la sociedad.

El niño ha aprendido a ser educado en el amor y en el rechazo, y así luego él actúa con sus semejantes. Los sistemas económicos sociales invitan al consumo haciendo valer al hombre que tiene, dándole su amor, y quitándoselo al que no tiene. De esta manera se fomenta el consumismo y la competitividad para ganancia de los poderosos que manejan la economía. Las religiones consiguen someter a los hombres, ya no en cuestiones externas, sino en el mismo espíritu, creando sentimientos de culpa y desprecio hacia sí mismos. El rechazo de Dios, la mayor maldición posible.

El hombre que vive sujeto a la aceptación o al rechazo de los demás no es un hombre verdaderamente libre. Por eso Jesucristo dijo: “La Verdad os hará libres.” La Verdad no es un conjunto de ideas bien enlazadas, sino una experiencia profunda del verdadero y único Amor incondicional: El Amor de Dios. El que se sabe amado por Dios no depende del amor de los demás, y es el único que puede amar con absoluta entrega y libertad, sin ningún temor a que el mundo le derribe, porque su Vida no depende de ninguna otra persona, sino que se sostiene en el Amor eterno que arde en su interior.

La Paz que da Cristo no es la paz que da el mundo. El mundo no puede dar otra paz que la integración social, en la que el individuo puede sentirse razonablemente amado y, por lo tanto, vivo. La Paz que da Cristo no depende de la aceptación del mundo, sino que se sostiene en el interior del hombre independientemente de las circunstancias externas. Por eso el hombre que disfruta de la Paz de Cristo no se engrandece cuando se le alaba ni se empequeñece cuando se le desprecia, no busca el agasajo de los demás ni evita ser excluido cuando su realidad interior no es aceptada en un entorno social o religioso.

El hombre que vive en la Paz de Cristo no se identifica con los conceptos morales de la sociedad. La moral es necesaria cuando el hombre es esclavo de sus pasiones, y esta esclavitud sólo puede darse cuando ese hombre busca la vida fuera de sí. El que vive en el Amor de Dios tiene la Vida dentro de sí, está libre de pasiones que le esclavicen, lo único que necesita es expresar al exterior el Amor que arde en su corazón. No lo reclama porque no lo necesita, sino que lo da por la pura necesidad de compartirlo. Pero la sociedad instintivamente rechaza al hombre libre, al que no puede someter.

El hombre que vive en la Paz de Cristo obedece las leyes vigentes por respeto a los demás, pero no se somete a los criterios morales llenos de prejuicios que la sociedad impone, porque la estructura de las normas morales que una sociedad sostiene es una pequeña y mezquina expresión de la verdadera Moral divina, que sólo tiene su fundamento en el Amor que se entrega sin reclamar recompensa, porque no necesita del alimento exterior para sustentarse, sino que se sustenta en el Espíritu divino: El Alimento sublime, el Espíritu, que libera al ser humano llenándolo de Amor.

Muy lejos están las iglesias cristianas, con su cúmulo de normas morales, de llegar a comprender el mensaje de Cristo: la Libertad en la Verdad. La imposición de dogmas y supuestas verdades escritas en un libro sagrado, imposición disfrazada de revelación divina; la obligatoriedad del sometimiento a las jerarquías, obligatoriedad disfrazada de la virtud de la obediencia; el robo de la libertad interior mediante el sentimiento de culpa, robo disfrazado de la virtud de la humildad; todo esto es una tergiversación de unos valores que se han utilizado para mantener los privilegios de los jerarcas.

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