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23/01/2007

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pueblo

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La iglesia es del pueblo, porque el pueblo es la iglesia. Si queremos escuchar lo que una iglesia piensa, no hay que ir a preguntar a sus mandatarios, hay que bajar hasta donde el pueblo sencillo se congrega, y preguntarle. Y que el pueblo hable por sí mismo, no repitiendo lo que sus ministros le han enseñado, sino que hable desde la verdad de su corazón. Entonces sabremos en verdad lo que esa iglesia es, y como piensa y siente.
Pero cuando una iglesia no es del pueblo, sino que es propiedad de los mandatarios que administran los beneficios del Cielo, y el pueblo acude a recibir esos beneficios según las normas impuestas por estos mandatarios, entonces eso es mercantilismo espiritual.

Desde el naciente y por la ladera de la montaña corre un arroyo que llega hasta el valle del pueblo. Pero el arroyo atraviesa la propiedad de un terrateniente. El terrateniente levanta una presa y almacena el agua. Luego pone normas y condiciones para que el pueblo del valle pueda acceder a ella. El agua del arroyo es del pueblo, por naturaleza debería beneficiar sin obstáculos a todos los hombres del valle, sin embargo el terrateniente obtiene beneficios para sí mismo aprovechando una circunstancia legal humana que no se corresponde con la verdadera razón de ser natural del arroyo: Llegar hasta el valle con entera libertad y hacer crecer toda la vegetación a su paso.

Cuando el pueblo se siente verdadero dueño de su iglesia, cuando es el pueblo el que administra sus cultos, cuando no se le ha usurpado el derecho sagrado a expresarse libremente, entonces esa iglesia crece en Espíritu y en Verdad. Y todos, desde los más jóvenes hasta los ancianos, se entusiasman, porque hacen algo que es suyo y de lo que se sienten responsables ante Dios y ante sus hermanos. Sin subvenciones de ningún organismo gubernamental que generen obligaciones ajenas al verdadero Espíritu, sino desde su propio esfuerzo y con la sola ayuda de Dios. Sólo así podrán dar un testimonio verdadero y sólo entonces Cristo estará de verdad presente en sus asambleas.

Pero cuando el Espíritu está atrapado en una cúpula que proclama su propia infalibilidad y pone como condiciones para poder acceder a los beneficios divinos unas determinadas creencias, el sometimiento a la autoridad como si emanara directamente de la divinidad, y el acatamiento de rituales estipulados, entonces es que el arroyo no corre ladera abajo con la libertad con la que la naturaleza le hizo fluir desde el naciente, sino que, al paso por el territorio del terrateniente, se han levantado presas. Cuando el agua almacenada comienza a estancarse y deja de ser potable, el pueblo del valle se enferma. Las iglesias se vacían, los jóvenes se burlan, los sacramentos se inutilizan.

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23/01/2007

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