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30/01/2007

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Abraham

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Abraham sintió que en su interior gritaba una promesa. El grito de esa promesa era más fuerte que los signos de los condicionantes externos que le negaban una descendencia. Obedeciendo a la verdad de su interior y sin señales que llegaran del exterior, abandonó su tierra, y, con su esposa y sus pertenencias, se puso en camino. Esto es fe.
Cuando, pasado el tiempo, las circunstancias externas no cambiaban y ahogaban la promesa original de su interior, él no renunció al objetivo de tener una descendencia, e intentó comprender racionalmente el significado y el alcance de la voz de su interior. Tomó a su esclava Agar y tuvo con ella un hijo, Ismael. Esto no es fe, son creencias.

Toda expresión de lo espiritual necesita de un soporte racional para poder ser comunicativa. El camino no camina, se queda inmóvil. Por eso el camino realmente no existe hasta que llega el caminante y lo recorre. La única realidad del camino es el punto en el que el caminante pone el pie; lo que se quedó atrás, eso ya dejó de existir; lo que queda por andar, eso todavía no existe. Pero cuando el camino, inmóvil, inerte, resulta ser la referencia de la verdad, entonces los hombres pierden la fe y se aferran a sus creencias, pretenden comprender la intención divina, y optan hacer uso de lo que ya tienen a mano en lugar de arriesgarse e ir a buscar la culminación trascendente.

Abraham es la promesa del Reino del Amor, que sólo se puede conocer en la verdadera fe trascendente, voz limpia que grita desde el interior, libre de creencias postizas. Sara, esposa legítima de Abraham, es el seno donde puede gestarse un fruto permanente, éstos son los hombres de verdadera fe. Agar es la razón humana, esclava que, por su maternidad, se convierte en esposa ilegítima. Ismael son las iglesias que no quieren arriesgar, que se niegan a caminar hacia lo desconocido, que prefieren creer que ya han comprendido la intención de la divinidad, y que están convencidas de que Sara no puede concebir hijo alguno, porque las circunstancias externas no dan señales de ello. 

La razón humana es como una esfera que busca la perfecta cohesión. En la razón, tal vez todo pueda entrar, pero de seguro que nada puede salir de ella. Introducir a Dios dentro de esta esfera es fabricar mitología, y la mitología occidental cristiana está perfectamente reflejada en las instituciones dogmáticas. Y esto el mundo lo ve, y por eso se aleja, porque no puede haber trascendencia cuando las palabras que escucha son sólo afirmaciones alternativas a otras. La razón humana crea vínculos materiales y deshace vínculos espirituales, consigue que los hombres se reúnan en iglesias y para ello rompe la verdadera comunión espiritual. Por eso las iglesias están divididas.

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