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20/02/2007

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reconciliación

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El ser humano cree que puede aceptar o rechazar a los demás en una decisión tomada desde la propia voluntad, y se equivoca. Es posible ignorar u olvidar con la mente, pero el rechazo o el olvido de la mente no significa el rechazo o el olvido del propio ser. Todo lo que un ser humano haya vivido, todo lo que haya amado, todo queda impreso en su ser, aunque su mente no lo pueda recordar. Porque la vida no es un saco donde se puedan introducir y sacar cosas, sino que es un conducto desde el exterior hasta el interior, y lo que entra hasta el interior da forma el ser y queda impreso hasta la muerte.

Dejar de amar sólo sería posible en el caso de que nunca se hubiese amado, pero quitar amor de donde lo hubo, eso es matar parte del propio ser. Y la necrosis del espíritu, como la del cuerpo, una vez que comienza a desarrollarse, se extiende hasta destruirlo todo. El hombre y la mujer no pueden llegar a vivir un amor verdadero si no es amando todo lo que hayan arrastrado a lo largo de su vida. Incluso amándose a sí mismos en sus propios errores, por garrafales que hayan podido ser, pues, en el amor, los errores se iluminan y se convierten en aciertos necesarios para llegar a alcanzar la plena madurez.

La tristeza, el desengaño, la frustración, todo esto sólo tiene un origen: el desamor, síntoma de que el espíritu está enfermo. La reconciliación es la única medicina que puede sanar la enfermedad del espíritu, pues no existe otra enfermedad espiritual que el desprecio hacia el propio ser; y el propio ser en toda su amplitud incluye siempre a otras personas. Lo demás no son sino remedios paliativos, que, como sucede en el cuerpo, permiten un mal vivir en una enfermedad crónica. El que mata un solo amor en su interior, los mata todos. El que desprecia algo pequeño de sí mismo, destruye lo grande.

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