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PALABRA

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17/03/2007

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cortejo

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El hombre que se apresura a poseer a una mujer, ése en verdad no la ama sino que sólo quiere desahogar con ella sus pasiones. El que pone barreras para que otros hombres no se acerquen a ella, ése no siente amor sino necesidad de posesión. El que adopta posturas autodestructivas para despertar en ella la compasión por él, ése sólo se ama a sí mismo. El hombre que de verdad ama a una mujer le expresa su cariño y la deja en libertad para que sea ella misma, impulsada por su propio amor, la que busque el encuentro. Cuando dos se aman, se buscan; cuando dos se buscan, se encuentran. La unión que no se materializa en la libertad es frágil: el verdadero amor la rechaza. 

Tanta mayor dignidad haya en el amor humano, más similar será al Amor divino. Cristo no se apresura a atrapar a todo aquél que le mire con interés, ni le pone obstáculos para que así no pueda alejarse de Él, porque la recapitulación es una iniciativa de Amor, no una necesidad divina de posesión. Cristo no exhibe su imagen de crucificado para que, por compasión, los hombres se le acerquen, sino que muestra su gloria de resucitado para infundir fe y disipar el miedo del ser humano a la muerte. Cristo muestra su Amor, con su Palabra y con su Testimonio, y luego deja al ser humano en libertad. El que no se une a Cristo por puro Amor, da igual que esté más cerca o más lejos, no está con Él.

Sin embargo las iglesias cristianas hacen justamente lo contrario: Se apresuran a captar prosélitos con tal de engrosar su lista de miembros y les ponen barreras morales muy altas para que no puedan escapar de los rediles; exhiben la figura del Cristo crucificado, la virgen dolorida y el santo martirizado para infundir compasión y así atraer al pueblo e introducirlo dentro de sus templos. Las iglesias entablan con el mundo discusiones ideológicas peregrinas, como las discusiones de los matrimonios deshechos, en las que no es posible ningún acuerdo sino que todo se revuelve en una mera defensa de las propias razones y condena de las razones opuestas: Nada más ajeno al Amor de Cristo.

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