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PALABRA

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19/03/2007

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hogar

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El que sabe lo que quiere tiene su hogar en su propio corazón: Puede andar por tierras inhóspitas sin extraviarse, no se detiene a rivalizar en reyertas que no están en su camino, sabe litigar con los extraños que se le interponen sin perderse a sí mismo guiado por su horizonte. Pero el que se deja seducir por los destellos de luces que ahora brillan y luego se oscurecen, ése tiene su hogar fuera de sí mismo, y, aunque ande entre amigos, siempre mantendrá levantado el escudo de la inseguridad y de la indecisión.

El que sabe lo que quiere traza su propio destino y reconoce cada oportunidad que se le presenta para avanzar. Aunque la Luz de su horizonte se oscurezca y brillen luces seductoras de bello colorido su alrededor, él no abandona su camino porque mantiene en el corazón la imagen de la Luz que un día le llamó, en la convicción profunda de que, aunque atraviese una hondonada desde la que no pueda contemplar su brillo, esa Luz no ha dejado de existir. Esto es tener el hogar, donde reina la Paz, en el propio corazón.

El hombre sin hogar busca su fuerza en sus aliados y, recostado en ellos, se envalentona y se inmiscuye en riñas que no le incumben, por eso, cuando éstos le fallan, él se derrumba. Sin embargo, el que sabe lo que quiere tiene mucha más fuerza en los dedos de sus manos que todas las armas sofisticadas de aquellos que andan sin un hogar en el corazón. En el mundo de la razón las cosas oscilan en el espacio lo posible. En el mundo del espíritu todas las cosas son muy precisas y sólo responden al ‘si’ y al ‘no’.

El que sabe lo que quiere lo expresa todo con muy pocas palabras. Sus afirmaciones hacia el exterior son sencillas y sin dobleces, porque tienen en el hogar interior del corazón el sello de la completa credibilidad. Sus negaciones son pacíficas pero irrevocables, sus argumentaciones son escuetas y sin ornamentación, pues no argumenta para convencer a otros embelesándolos con brillos de oratoria, sino para comunicarles lo que ya es claro y preciso dentro de sí. Sólo se enfrenta y litiga por Amor a la Verdad.

El que no tiene su hogar en el corazón, ése levanta la voz para convencer a los demás de cosas de las que él mismo no está convencido. Así pretende esconder y esconderse él mismo de sus propias dudas. Como no existe la conciencia interior de la verdad de sus pretensiones, busca la reyerta para, aplastando a su oponente, conseguir el consenso de sus criterios. Los señuelos le seducen, sus fuerzas se disipan, sus logros son pasajeros, sus frustraciones se encadenan unas con otras en una lucha que parece no tener fin.

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