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19/05/2007

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laicos

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Amando pude ver lo que nadie podía mostrarme. Guardando silencio en mi soledad de amor comprendí misterios que nadie me había enseñado. Luchando por sobrevivir se me abrieron puertas de Luz, y en mis contradicciones encontré el único escaño posible para alcanzar una comprensión más elevada. Nadie me lo enseñó, no lo leí en ningún libro ni lo escuché de la boca de ningún instructor, sino que yo mismo tuve que enfrentarme a todo ello, en soledad y ensanchando en mi interior la morada del Espíritu de la Verdad.

El Espíritu es Vida, y sólo habla desde la vida: Al que se está hundiendo e invoca al Espíritu, Éste le empuja hacia arriba, le abre caminos y le habla de salvación. El Espíritu no le habla al instructor que, desde la distancia de su cátedra, investiga sobre el hundimiento. Sólo habla al que está experimentando el hundimiento en su propia vida. Todo lo que he sabido sin haberlo vivido no me ha servido de nada: palabras huecas. El Espíritu de la Verdad no está en mí por lo que sé, sino por lo que he llegado a sufrir.

Cuando se vive sumergido en el lodazal de las pasiones, pero habiendo hecho morada al Espíritu de la Verdad, una mirada y un gesto son un volcán de Vida, cuatro palabras mal articuladas son mucho más elocuentes que un discurso perfectamente tramado. Pero cuando se habla desde la altura de una cátedra, entonces se hacen necesarios cálculos racionales: la erudición, la información y las estrategias. Y todo para llenar al mundo de fríos consejos y de palabras huecas, y para distanciarlo más y más del verdadero Cristo.

Las religiones ya no son una promesa para el mundo. Intentan mantener su presencia e influencia taponando grietas y revistiendo de coherencia unas estructuras ideológicas que se resquebrajan por su dureza. No se dan cuenta de que es precisamente por las grietas de los errores humanos por donde fluye el Espíritu. Sin embargo, aquellos que de verdad son morada del Espíritu, saben que no existe ni un solo acto, impulsado por el Amor, que no sea fructífero aunque el mundo lo vea como un error y un despropósito.

Los laicos no tienen que acercarse a las iglesias, porque los laicos que han abierto su interior para hacer morada al Espíritu, ésos son la única y verdadera Iglesia de Cristo. Los que luchan integrados en la plataforma de una institución religiosa creen que son valientes sólo por ser críticos con sus superiores, y creen que están llenos del Espíritu sólo proponer ideologías progresistas. Pero el jerarca más progresista y más crítico es más pequeño que el más pequeño de los laicos que esté lleno del Espíritu de la Verdad.

Los que dicen ser representantes de Cristo en la tierra pero viven encaramados en la altura de sus cátedras y en la ortodoxia de sus doctrinas, ésos son impostores. Presentan al falso Cristo, al que sólo se puede acceder a través de ellos, y así alejan del mundo la acción del Espíritu. No entran ellos mismos en el Reino ni dejan entrar a los demás. Suben a las murallas de su institución y miran fuera buscando la traición del anticristo sin darse cuenta de que ellos mismos lo están protegiendo y alimentando desde dentro.

El que quiera rescatar al mundo que se hunde en el lodazal de las pasiones, que se llene del Espíritu y que se sumerja él también en ese lodazal y, una vez dentro, no necesitará pronunciar discursos pedagógicos ni estudiar estrategias de convicción, porque un testimonio verdadero no necesita de muchas palabras. El que no renuncie a su vida y no sea capaz de arriesgarla a manos de la violencia, en el epicentro de la injusticia de los poderes mundanos, no tiene derecho a ostentar ninguna autoridad que venga de Dios.

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19/05/2007

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