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PALABRA

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23/05/2007

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seducción

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María concibió a Jesús. Lo mantuvo en su seno hasta que nació y lo cuidó hasta que fue adulto. Luego Jesús, cuando su madre y sus hermanos fueron a verle, dijo: “mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan mi Palabra y la llevan a los hechos”. Porque la razón de ser de una madre no es apropiarse de su hijo, sino la de criarlo hasta que él pueda valerse por sí mismo. La relación de amor no muere nunca, pero la dependencia ha romperse para que cada ser humano pueda asumir sus propias responsabilidades.

La iglesia que se hace llamar “madre”, pero que se niega a permitir que sus hijos logren la madurez y la independencia, está muy lejos de ser una imagen de María. Las iglesias cristianas, que se miran unas a otras con recelo y se desprestigian mutuamente, más que a una madre se parecen a un grupo de muchachas adolescentes que compiten por seducir a un hombre al cual ninguna de ellas ama verdaderamente, y sólo por la vanidad de obtener la exclusividad de su interés pero sin ninguna intención de entregarse a él.

Igual que una muchacha adolescente exhibe sus encantos y planea la seducción de un hombre mientras retoza con otro, así también las iglesias cristianas intentan seducir al Cristo, con magníficas exhibiciones de falsa espiritualidad y con ritos bellamente elaborados, mientras retozan con el mundo buscando poder, prestigio, prosélitos y bienes materiales en los que apoltronarse cómodamente a la espera de la llegada de un Reino que ya llegó hace veinte siglos, pero que ellas siguen sin ser capaces de ver.

Las religiones no son una promesa de futuro para el mundo. Al igual que un hombre digno no se deja seducir por los encantos externos de una mujer frívola, sino que mira su interior y la pureza de su amor, tampoco el Cristo se desposará con ninguna de las iglesias cristianas. Dios hizo una promesa sagrada al pueblo judío y la cumplió en su Hijo Jesucristo, pero el pueblo judío rompió la alianza en el último momento al no entregarse al verdadero Amor divino. Así mismo sucederá con las iglesias cristianas.

El Cristo asoma en lo más bajo del mundo, donde aquellos que las iglesias consideran “extranjeros impíos”, se revuelcan en el lodazal de las pasiones, y ahí actuará el Espíritu. Porque la razón de ser del Cristo no son los que viven reunidos en asambleas de ritos, de oración y adoración, sino los que se han perdido. Por eso, la única promesa de futuro para el mundo son los laicos que no se sometan a otro magisterio que al del mismo Cristo. Ellos encontrarán al Espíritu de la Verdad en medio de los escombros.

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23/05/2007

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