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PALABRA

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06/07/2007

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silencio y ausencia

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En la seducción, es posible suscitar deseo en la otra persona, e incluso llegar a invadir por completo su mente y su corazón hasta hacerse aparentemente imprescindible. Pero un hombre seductor jamás podrá llegar a despertar verdadero amor en una mujer si no es con su propio amor, verdadero amor. Lo mismo que una mujer para con un hombre.
El amor no es un deseo posesivo ni un condicionante vital; el amor es una conciencia de identidad, es un vínculo interior que no se puede romper por mucho que se deje de lado, por mucho tiempo y espacio que se abra de por medio. La mujer amada forma parte del ser del hombre que la ama, no es un ente exterior que debe ser atraído y poseído.

El amor no necesita muchas palabras ni muchos ornamentos para expresarse, porque existe una resonancia interior entre dos personas que se aman de verdad. Entre dos que se aman, la comunicación que no depende ni necesita de grandes estímulos externos para definirse y afianzarse. El silencio y la ausencia pueden ser incluso más elocuentes.
Las ovejas de un rebaño no necesitan muchos discursos para reconocer a su pastor, les basta con escuchar su timbre de voz e inmediatamente se le acercan sin temor, porque se sientan amadas de verdad y saben que él no les va a engañar sino que las va a proteger y, si las saca del redil, las llevará hacia los pastos, no a despeñarse por un abismo.

Instituciones religiosas buscan la manera de hacerse presente para impregnar al pueblo de sus principios morales. Cuidan su aspecto exterior, buscan la manera de hacer que el mensaje que quieren trasmitir sea atrayente, se esfuerzan por introducirse en las mentes de niños y jóvenes en la misma base de su educación, y lo reclaman como un derecho.
Ésta es la imagen del seductor que no consigue seducir a una mujer e idea formas de despertar su interés, para conseguir atraparla y tenerla a su disposición. No la ama, sino que la desea, por eso sus palabras no resuenan. Ésta es también la imagen del falso pastor, que intenta despertar con palabras la confianza de unas ovejas que no son suyas.

Grupos religiosos, pequeñas y grandes iglesias, consiguen hacerse imprescindibles en la vida de sus fieles. Les exigen amor: no son capaces de despertarlo con su propio amor porque no existe. Dícense pastores sólo porque piensan que inculcan ideas ortodoxas. Exhortan a sus fieles a una entrega de la que ellos no son capaces de dar testimonio.
Éstos, los seductores del espíritu, son más listos que los verdaderos pastores. Tienen más facilidad para encaramarse a los puestos de poder, más talento para marear con discursos intelectuales que pretenden tener mucho peso, por sus fundamentos históricos y racionales, pero en los que el timbre de voz del verdadero Pastor no se escucha. 

En el silencio y en la ausencia, el ser humano, desde el principio y por siempre, siente el anhelo de una Verdad, llena de Amor, en la que poder confiar y a la que entregarse sin reservas, hasta consumir la vida en un ideal sublime que no le traicione. En el silencio y en la ausencia, las monsergas de muchos pastores religiosos no dicen nada, no resuenan.
Hay que buscar en el corazón, aquí y allá, ese amor que parece perdido para siempre, pero que grita desde el interior para que nunca se le deje de buscar. Ese amor que no es ostentoso, ni pretende seducir con sus atractivos ornamentos, sino que hace vibrar todo el ser en el silencio y en la ausencia para despertar y sostener la fe en su existencia.

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06/07/2007

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