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18/10/2007

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los tres juicios

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El que tiene al Espíritu dentro de sí distingue lo bueno de lo malo, por eso pone al descubierto las actitudes destructivas de apariencia bondadosa, para que los hombres no se dejen engañar. El que tiene al Espíritu dentro de sí no juzga a seres humanos, porque, para él, todo ser humano es expresión del Origen, y todos son dignos de Amor. Por eso nunca excluye al hombre sino que le abre los ojos para que vea su indignidad. Y, si ese hombre no quiere escuchar, le deja sufrir su propio castigo. Éste es el Juicio de Dios.

Pero el que no tiene al Espíritu no puede seguir su Camino, sino que sigue el camino de sus propias ambiciones, y, al tropezarse con los obstáculos de los intereses de otras personas, necesita apartarlas de su paso, y para ello necesita ver maldad en ellas: No en las actitudes, sino en las personas mismas. La necesidad de ver maldad en el prójimo es la peor esclavitud, porque, si no lo consiguiera, sabe que toda la maldad que ha puesto en el otro revertirá contra sí mismo. Y esto sería insoportable. Éste es el juicio humano.

Los hombres del mundo, cuando se sienten odiados, responden al odio con juicios tan condenatorios como aquellos con los que han sido juzgados. Y todo es destrucción. Aquél que tiene al Espíritu no ve en el que le odia a un enemigo, sino a un esclavo de la muerte. El buscador de la belleza en la Verdad es el espejo que refleja la vileza de los que le odian. Tiene que existir y soportar el peso oscuro de la soberbia humana, para que los seres humanos puedan verse a sí mismos reflejados. Éste es el Juicio del Cristo.

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