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25/11/2007

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afectividad

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Los vínculos afectivos son los que mantienen estable el orden social. La aceptación y el rechazo, la admiración y el desprecio, el amor y la indiferencia. Por eso instintivamente la sociedad juega con la afectividad para mantener el orden. Pero la afectividad no tiene ninguna dimensión espiritual, por eso las sociedades más estables son las que tienen menos valores. El orden estable aleja la tensión del temor, y la afectividad desata los instintos más bajos del ser humano que se infiltran en el núcleo social y lo pudren.

El ser humano necesita del orden social para poder desarrollarse físicamente, pero a cambio renuncia a su libertad espiritual permitiendo ser manipulado siempre que se le permita satisfacer sus necesidades. El ser humano no busca la Verdad, busca la seguridad; no busca el Amor verdadero, busca poder satisfacer su necesidad sexual y afectiva en una pareja; no busca la Justicia, sino que se conforma con que las leyes protejan sus derechos, los que la propia sociedad le concedió para mantenerlo integrado.

Una sociedad evolucionada saca completamente al hombre fuera de sí mismo, le anula toda conciencia espiritual, y le hace esclavo de sus apetencias instintivas. La conciencia espiritual es la que permite que cada ser humano se reconozca a sí mismo en todos los demás; es la que suscita el sentimiento de solidaridad, es la que le muestra al hombre la dignidad humana. Sin dignidad, el hombre desahoga su impulso natural afectivo en buscar su importancia ante todos los demás: El poder y el dinero sin límites morales.

Perdida la dignidad humana, el hombre se siente a sí mismo como un simple organismo vivo, como un animal más, y no ve sino animales en todos los demás. Entonces ya no concibe el sexo como la expresión física del Amor, sino como una herramienta del placer. Y cuando la expresión material de las realidades espirituales es manipulada fuera de su verdadera razón de ser, todo se pudre, todo gira como agua sucia para entrar finalmente por el desagüe que conduce a la más completa y oscura muerte espiritual.

Esta realidad material, expresada en las sociedades humanas que están cimentadas interior y exteriormente en la afectividad, es lo que Jesucristo llama “el mundo”. Y en el mundo es imposible la Libertad. Los que viven integrados en el mundo no pueden concebir ninguna realidad fuera de él. Por eso para ellos la exclusión es la muerte, y los proscritos son los más desafortunados de los hombres. La afectividad sujeta de tal manera a los hombres que les es imposible ser ellos mismos: No existe la autenticidad.

La gran Noticia que Jesucristo quiso dar es que fuera del mundo existe otra realidad, donde el hombre es verdaderamente libre y auténtico. Esto es lo que Él llamó “el Reino de los Cielos”. El Cielo no está donde los astros, ni se acerca nadie a él encaramándose en armatostes institucionales. El Cielo es la realidad espiritual que se opone al mundo, que es material. El Reino está, como un hecho, en el interior profundo de todo ser humano que haya sabido apoyarse en el Espíritu y haya roto el yugo de la afectividad.

Las religiones no están fuera del mundo: Existen cohesionadas por vínculos afectivos. Pretenden restaurar valores en las sociedades poniendo límites a los instintos, pero esto es un intento de transformar la expresión de lo humano sin haber penetrado antes en la realidad espiritual que permite esta transformación. En las religiones cristianas existe tanta podredumbre, o incluso más, que en propio mundo, porque las religiones utilizan principios espirituales para obtener beneficios materiales: Éste es el adulterio más bajo.

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25/11/2007

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