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05/12/2007

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ciudadanos

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El que llega para instalarse en un lugar observa el orden y se informa de las leyes. Si el orden no es el adecuado para vivir allí, denuncia los abusos y exige que sean reparados. Una vez que ha instalado su casa la rodea de vallas, enreja las ventanas, asegura las puertas y mira de vez en cuando a través de los visillos por si hubiere algún merodeador sospechoso. No es posible encontrar la paz y el descanso en el hogar si el orden no es estable. Por eso vigila a los gobernantes y les exige que sean rigurosos con las leyes.

Cuando el peregrino pasa por una ciudad no se mezcla con los alborotadores para que no le detengan en sus objetivos, no discute con los ciudadanos sobre las costumbres del lugar porque está de paso y no tiene ninguna intención de edificar allí su casa. Sin embargo, cuando la gente le pregunta, habla mucho del lugar a donde quiere ir, su tierra. Sólo se integra en la sociedad de aquella ciudad en la medida en la que ello le facilite el descanso para poder luego continuar su camino, no para ser aceptado como ciudadano.

Si en la ciudad el peregrino conoce a compatriotas suyos que han perdido el camino que conduce hasta la patria, compatriotas que han sido seducidos y engañados, obligados a quedarse e integrarse en la ciudad con la promesa de que serán conducidos finalmente hasta su tierra, entonces el peregrino se quedará en la ciudad más tiempo del previsto para deshacer el engaño y para demostrar a los suyos la falsedad de tales promesas. No lo hace para interferir en el orden de la ciudad sino para recuperar lo que le pertenece.

Jesucristo nunca quiso interferir en las leyes de la sociedad judía, ni siquiera en las del imperialismo romano. Nunca cuestionó el poder del César ni habló de la conveniencia de un cambio institucional en la figura de los sumos sacerdotes ni de la autoridad religiosa de la época. Su interés era abrir el Camino hacia el Reino para que todos los suyos pudieran seguirle hasta la Patria a la que en verdad pertenecían. Y no lo hizo solamente con palabras, sino que dio el Testimonio sublime del Camino hacia la Vida.

Ésos que levantan vallas en torno a sus mansiones, que enrejan ventanas y aseguran puertas, y que tanto se esmeran en cuestionar la conveniencia de las leyes sociales que perjudican su estabilidad, y que tan alegremente transigen con aquellas otras que les permiten la expansión de su poder, ésos, ¿vienen a instalarse en la ciudad del mundo o están señalando el Camino hacia el Reino? Y si buscan la estabilidad de su hogar en la ciudad, ¿cómo es que se llaman a sí mismos “representantes de Jesucristo en la tierra”?

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05/12/2007

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