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09/12/2007

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revolución

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Los ciudadanos tienden a encerrarse en su acomodo porque ocuparse de los asuntos ajenos es demasiado fatigoso. Delegan más responsabilidades de lo conveniente, el poder de los jefes aumenta fuera de lo natural y se producen excesos en los que el pueblo resulta perjudicado justamente por aquellos cuya misión es la de protegerle. 
Desbordado el poder de los gobiernos, surge el despotismo en el que se imponen leyes que no benefician a la nación, sino que sólo benefician al propio gobierno y a la clase protegida: La clase acaudalada y poderosa. Cuando la revolución se hace necesaria, el pueblo, guiado por sus adalides, derroca la autoridad de un gobierno para poner otro.

Pero el problema no reside en las personas concretas que gobiernan, sino en el propio pueblo, que no acepta sino muy pocas responsabilidades de índole social, y más bien pretende tener todos sus asuntos comunitarios resueltos para poder enfrascarse en la búsqueda de su propio bienestar personal. El pueblo es padre y madre de sus tiranos.
Mientras que cada ciudadano sólo busque sus propios intereses, el pueblo siempre será gobernado por déspotas. Tras las revoluciones se erigen gobiernos guiados por ideas más justas, pero que se corrompen igualmente, e incluso con más virulencia cuando estos nuevos gobiernos están formados por los resentidos de regímenes anteriores.

La verdadera revolución espiritual en Cristo nunca será el movimiento de un pueblo guiado por adalides que se enfrenten a los poderes religiosos institucionales para crear nuevas instituciones gobernadas por líderes espirituales más iluminados. La verdadera revolución espiritual no será colectiva, será una revolución interior de cada ser humano.
La sociedad lleva hasta el poder a sus déspotas por el talante insolidario e irresponsable de todos y cada uno de los ciudadanos. Por lo mismo, el despotismo espiritual religioso no existe a causa de la codicia de los que trepan en los puestos de poder, sino a causa de la irresponsabilidad de aquellos que buscan una trascendencia espiritual fácil y cómoda.

La verdadera revolución espiritual en Cristo no vendrá de la mano de líderes ni adalides religiosos, sino de los testigos capaces de demostrar que la acción de Cristo, a través del Espíritu, no está subyugada a ningún poder institucional, sino que está potencialmente contenida en cada ser humano, independientemente de sus conocimientos religiosos.
El despotismo de los poderes religiosos no caerá por la denuncia ni por la acción de ningún nuevo revolucionario. El único revolucionario capaz de liberar al ser humano del sometimiento de unos hombres al poder de otros ya dio su testimonio: Jesucristo. Es la fe de cada hombre lo único que puede hacer presente la Iglesia de Cristo en el mundo.

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