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PALABRA

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En la situación más simple y sencilla posible, la más cercana a la Verdad desnuda, fuera de cualquier ornamento y de toda especulación humana, nace la única y verdadera esperanza de Libertad: El Rey del pueblo. No es un rey de ostentaciones, no necesita rodearse de arte, no necesita de ninguna corte de sanguijuelas sedientas de poder que le aseguren su Reinado, porque Él es el verdadero Rey. Y lo es en sí mismo y no por una institución humana que le sostenga. Por eso no se le anuncia a los jefes políticos ni religiosos, porque los jefes nada tienen que ver con ese Reino, sino que se les anuncia a los sencillos, a los pequeños, que son los únicos llamados a entrar en él y poblarlo.

Por eso los jefes se apresuran a construir un gran palacio, el más grande que sea posible, lujosamente ornamentado con las mejores obras de arte, perfectamente equipado con el sistema ideológico más coherente y más afín a su mensaje, para que el Rey no pueda resistirse a la tentación de predicar desde la fácil altura del poder, de convocar a las masas sin necesidad de ir a buscar a las gentes a sus casas. Porque los jefes son expertos en sustraerle al pueblo todas sus bendiciones, de convertir las esperanzas del pueblo en beneficios para el poder, en manipular todo lo genuino para que no se pierda en la Verdad del Cielo, sino que quede bien anclado en el mundo, donde los jefes gobiernan.

Como un latifundista habituado a gozar de los beneficios del trabajo de sus aldeanos, así la cúpula religiosa está habituada a hacer suyos los méritos de los verdaderos testigos. Observan desde su altura cómo estos testigos se abren camino entre grandes dificultades económicas en la lucha por sacar de la pobreza y de la ignorancia a una comunidad, pero ellos sólo miran y esperan. Si el testigo no ha dicho nada que pueda poner en entredicho las prerrogativas de poder de los jefes religiosos, entonces condecoran al testigo después de muerto. Pero ni un solo palacio, ni una sola obra de arte, ni tan siquiera el pomo de oro de una puerta es vendido para ayudar a ese testigo en su obra.

Como un reyezuelo habituado a recibir honores que no merece, honores que reclama como un derecho sólo por ser miembro de una familia de gobernantes reales, así la cúpula religiosa está habituada a recibir honores gratuitamente, sin ningún testimonio que los justifique, y reclama tales honores sólo por ser el exponente de una lista de gobernantes que se remonta al tiempo de los primeros apóstoles. Raza de víboras eran los judíos que se consideraban en el derecho de disfrutar de las promesas de Yahvé sólo por ser hijos de Abraham. Pero Dios, que es poderoso para convertir unas piedras en hijos de Abraham, es igualmente poderoso para sacar verdaderos doctores del pueblo.

Si al latifundista se le dice que el pueblo merece ser el beneficiario de su trabajo, el latifundista saca sus documentos y demuestra que su propiedad está respaldada por las leyes, y dice que no piensa renunciar a sus derechos. Si al reyezuelo se le dice que tiene que ganarse la vida con su propio trabajo en lugar de vivir del trabajo del pueblo, el reyezuelo exhibe su árbol genealógico y demuestra que su vagancia está perfectamente refrendada por las leyes. Si a la cúpula religiosa se le dice que tiene que hacer valer su autoridad por su propio testimonio cristiano, y no por el testimonio de otros, entonces amenaza con su espada de anatema aduciendo un supuesto poder que le viene del Cielo.

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