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27/06/2006

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la divinidad

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Un billete es el símbolo más claro de lo que es el valor postizo. Basta que los dirigentes se reúnan y decidan cambiar la moneda del país para que un baúl de billetes que antes significaba una fortuna, ahora pase a no valer absolutamente nada. El valor de las teorías elaboradas por los ideólogos, el valor del arte de élite, el valor de determinados objetos materiales, todos estos valores están sostenidos por el consenso de unos jefes y unos eruditos respaldados por estos mismos jefes.
Con el paso del tiempo la cultura se desgasta y todo lo revisa, descalifica y echa abajo unos valores para luego elevar otros hasta lo absoluto. Pero nada de lo que esté bajo el poder de los jefes puede gozar del privilegio de ser un valor eterno. Las gentes se apoyan en ellos y algunos consiguen escalar hasta alcanzar una fortuna tan frágil como frágiles son los valores sobre los que se encaramaron. Luego se hunden con ellos.

Aquél que busca un terreno verdaderamente firme para edificar su casa, desprecia el valor postizo conferido por la sociedad y su cultura, y separa el oro del cascajo hasta alcanzar el Valor eterno que no depende de la consideración de ninguna persona ni de ninguna sociedad ni cultura.
El dios comercializado por las iglesias, sostenido por pastores y validado por un libro antiguo, ese dios no es un terreno firme en el cual se pueda edificar sin temor a que llegue el temporal y la casa se desplome: Sin la Biblia, los jerarcas y las iglesias, ese dios se muere. Porque no existe por sí mismo, sino que tiene que ser alimentado para que los hombres no dejen de creer en Él, prestarle atención, y de paso favorecer a todos los funcionarios de las instituciones eclesiales. Es un dios excesivamente ornamentado y coloreado como para que pueda soportar el temporal sin zozobrar en su existencia.

Dios, Padre de Jesucristo y de todo hijo del Reino, no necesita ser ornamentado ni coloreado porque el Amor ya tiene la Belleza que le es propia. Cualquier intento de destacarla lo único que consigue es oscurecerla.
Aunque la Biblia dejara de existir, el Dios el Reino seguiría existiendo y arropando a los hombres con la misma eficacia, o incluso más, con la que lo hacía antes. Aunque las instituciones eclesiales cristianas se disolvieran, el Cristo no perdería nada en absoluto de su presencia, e incluso hasta es posible que su brillo fuese más resplandeciente. Aunque los pastores dejaran de adoctrinar, el mensaje de salvación seguiría creciendo, e incluso hasta es posible que con mayor rapidez. Porque los que intentan ayudar a Dios asignándole valores postizos, lo único que están haciendo es falsificarlo y hacer de Él un ente absolutamente increíble para las gentes que se niegan a ser manipuladas.

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