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En el orden, el hombre ve a Dios como a través de una ventana. En el desorden las estructuras se agrietan, y ahí se puede sentir la presencia divina. Las cosas ordenadas son compactas, no hay fisuras, la brisa no puede penetrarlas. Y el Espíritu es como la brisa, sólo se cuela a través de los huecos.
Mucho se esmera el ser humano por construir estructuras estables, en su cuerpo y en su mente, en su familia y en la sociedad, para poder alcanzar el reposo. Luego mira al exterior y describe lo que él considera la objetividad. Sin embargo, la descripción del que ve a través de una ventana es muy diferente de la descripción del que vive fuera y experimenta en sí mismo la realidad que está describiendo. Las observaciones de los prudentes, que se alejan de las cosas para mirar por la ventana encerrados en su propio orden interno, poco tienen que ver con la verdadera objetividad. Ningún hombre puede hablar con autoridad de algo que esté fuera de él.
No es posible concebir a Dios desde una postura de estabilidad en el reposo. El dios que describen los teólogos que no han experimentado la completa ruptura de sus esquemas mentales, familiares y sociales, ese dios no existe. Por eso, cuando lo muestran al pueblo, la gente se niega a creer. Al verdadero Dios sólo se le puede concebir en la lucha en la que las ideas pierden estabilidad, y el orden se rompe.
Más de un hombre que ha vivido toda su vida de espaldas a cualquier planteamiento espiritual, levanta sin embargo una oración espontánea e irrefrenable al cielo cuando se ha visto hundido, con todos sus soportes materiales rotos y su orden interior destrozado.
Las iglesias quieren mostrar al mundo orden, estabilidad y reposo, y luego salen a predicar en el nombre de Dios, y se quejan de la falta de fe del pueblo: No se deshacen en la solidaridad rompiendo su orden institucional, no conocen a Dios, no creen en Dios. Y pretenden que el mundo crea en un dios que no existe.
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