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26/09/2006

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la divinidad

texto 8

No existen religiones más verdaderas que otras. Es posible que en unas haya aspectos espirituales de mayor profundidad que en otras, y de seguro que en otros aspectos será al contrario. Cuando las religiones compiten entre sí afirmándose cada una a sí misma en oposición a las demás, todas se alejan de Dios. Cuando se acercan al diálogo, todas se enriquecen y se abren a una verdad más plena. Pero Dios no toma partido por ninguna religión. Porque Dios no piensa como los hombres, y sus planes son tan diferentes de los planes humanos como la distancia que existe entre el confín del cosmos y la superficie de la tierra.

A Dios apenas se le puede concebir sino a través de las pequeñas manifestaciones espirituales que el ser humano es capaz de experimentar. Y esto realmente no llega a ser ni tan siquiera una gota de agua dentro del mar. Intentar definir a Dios, y etiquetarlo con atributos, es un empeño pueril, y a veces interesado, porque a los que dicen ser intermediarios entre Dios y los hombres les conviene representar a un Dios tangible y poderoso para así poder someter a sus seguidores.
Tomando una imagen taoísta, el dios que se puede expresar con palabras no es el verdadero Dios, el dios al que se puede nombrar, no es el verdadero Dios.

Sin embargo, ese Dios inexpresable e innombrable está presente en todas y cada una de las cosas del cosmos, pues no existe cosa alguna, por mucho que se haya podido transformar, que pueda llegar a desgajarse de su origen. Por lo mismo, ningún ser humano puede ni tan siquiera concebir a Dios, sin embargo Dios sí que puede llenar y transformar a un ser humano, y esto sucede cuando hay un retorno al Origen. No en un acto de acumular información, sino en todo lo contrario, en el hecho de deshacer cualquier forma de información añadida. Información social, cultural y religiosa, hasta alcanzar el fondo profundo y escondido de su propio ser: Su Origen.

El que ha alcanzado el Origen carece de criterios personales y no hace nada por sí mismo, sino que se ve invadido por una fuerza que le sobrepasa, y se siente vehículo y conducto de algo que está muy por encima de él. Cuando un hombre es arrastrado hasta el Origen, hace lo que no quiere y dice lo que no sabe. Y lo observa desde la perplejidad del que carece por completo del control de su propia realidad espiritual. Observa fuerza en él, pero esta fuerza no le pertenece, y desconoce por completo el alcance de sus propias palabras. Pero cumple y obedece al Origen porque, si no lo hiciera, se vería invadido por un vacío y una oscuridad aterradoras. No hay vuelta atrás.

Cuando un hombre llega a identificarse íntegramente con el Origen, ya no es él, sino que se convierte en la expresión del propio Origen. Por eso Jesucristo decía “el Padre y yo somos perfectamente uno”. Ya no dice la verdad, sino que él mismo llega a ser expresión de la Verdad. No vive en su propia vida, sino que él mismo es Vida en la eternidad del Origen. No indica caminos, sino que él mismo es la materialización del Camino. Y el Camino no es un avance, sino un retorno, por eso es necesario diluir mucha información solidificada y hacerse como un niño: El erudito, el sabio religioso, está mucho más lejos del Origen que el niño.

Si un ser humano llegó a ser arrastrado al retorno hasta alcanzar plenamente el Origen, eso significa que el Camino para la humanidad ha sido abierto. Discutir sobre la primacía de una religión sobre otra es avanzar alejándose del Origen. Ninguna religión es verdadera tal y como la mayoría de ellas pretende, pero en el diálogo entre ellas se diluye información solidificada, se ahuyentan fantasmas, se desvelan fantasías, se destronan privilegios religiosos. A medida que el ser humano desarma y diluye la estructuración pétrea de su mente, le va haciendo más y más posible vislumbrar la existencia de un Reino de Amor al que todo el cosmos está abocado a desembocar.

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26/09/2006

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