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22/07/2007

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la divinidad

texto 11

La idea de la divinidad es amplia y difusa. Creer o no creer en Dios no significa necesariamente una transformación real del ser humano, sino más bien una elección filosófica que permite un apoyo espiritual en los interrogantes de la vida: Simplemente es la integración de una idea que resuelva de una manera rápida las incoherencias y los misterios que generan incertidumbre en el corazón del hombre. Luego, la sociedad, tomando como punto de apoyo esta idea de la divinidad, enuncia unas leyes que emanan del propio sentido natural de la justicia. Las religiones, junto con estas leyes naturales, añaden dogmas que les permiten mantener una situación de poder sobre el pueblo.

Sólo en la conciencia del Cristo, el ser humano alcanza un conocimiento pleno y verdadero de la divinidad. La conciencia del Cristo llega mucho más lejos y más hondo que la simple fe en Jesucristo. Creer en Jesucristo, aceptar sus palabras y asumir las creencias relativas a su vida, puede ser simplemente un hecho religioso, o ideológico, y puede ser tan beneficioso como destructivo, según la comunidad que le muestre y le inculque esas enseñanzas. El tradicionalismo, el respeto por las enseñanzas recibidas de los antepasados por el ejemplo de su conducta digna y honrada, puede ser el único motivo de un hombre o de una mujer para declararse cristiano y aceptar esas creencias.

A la conciencia del Cristo no se llega a través de ningún proceso de desarrollo espiritual, ni racional ni religioso; ni es una elección entre un conjunto de posibilidades, ni la puede inculcar ninguna iglesia. La conciencia del Cristo es una fuerza que brota de lo profundo del ser: Puede ser descubierta, pero no puede ser inculcada. Es la manifestación pura, genuina, limpia, de la divinidad en el hombre, completamente al margen de las creencias, de las comunidades, de las predicaciones, y por lo tanto al margen de la situación espiritual y religiosa de la persona. No es posible darle la espalda ni vivir indefinidamente en oposición a ella, porque es algo más profundo que lo más profundo del propio ser.

En la conciencia del Cristo el hombre llega al verdadero conocimiento de la divinidad y así puede también reconocerla en la persona de Jesucristo. Porque no estará aceptando unas verdades que le vienen dadas desde fuera, sino que estará reconociendo en Jesucristo su propia Verdad, la que permanece subyacente en lo profundo de sí mismo a la espera de encontrar un acontecimiento exterior que le permita explotar, expandirse, y anegar todo el propio ser. No se trata pues de la aceptación de ningún relato histórico revelado, ni del sometimiento a unas autoridades religiosas, se trata una sintonía interior que pone de manifiesto la verdadera fe, infinitamente más recia que cualquier creencia. 

La conciencia del Cristo, que es la verdadera y única fe, es lo más recio y firme que puede existir en un ser humano. Jesucristo habla de ello en referencia a Pedro, al que nada ni nadie exterior a él le reveló el sentido de la divinidad, sino el Padre celestial, es decir, el Origen mismo del universo y de todo lo que existe. Esa conciencia es Piedra, punto de apoyo de la comunidad que conforma el Reino y que se manifiesta en la verdadera Iglesia, que no se corresponde con ninguna institución religiosa que sostenga un conjunto de “verdades” reveladas: Piedra, contra la que Hades nada puede, es la comunidad de verdadera fe, la que ha descubierto interiormente la conciencia del Cristo.

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